La ONU define la violencia contra las mujeres/niñas como “todo acto de violencia basado en el género que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o mental para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada. La violencia contra las mujeres y niñas abarca, con carácter no limitativo, la violencia física, sexual y psicológica que se produce en el seno de la familia o de la comunidad, así como la perpetrada o tolerada por el Estado.” (ONU Mujeres, 2020).
Tal y como indica la definición de la ONU, la violencia de género incluye tanto las agresiones como las amenazas y puede darse tanto en el ámbito doméstico como en la vía pública ya que el “espacio público no es neutro y los roles y las actividades de los hombres y las mujeres en sus territorios condicionan su acceso efectivo – no sólo legal o retórico, sino real- a los derechos de ciudadanía, entre ellos la apropiación y uso del espacio urbano. La dimensión territorial de la seguridad viene determinada por el papel central del espacio como condicionante de determinadas dinámicas sociales” (Narado Molero & Praxágora, 2010, p. 46)
A pesar de ello, la seguridad se ha considerado tradicionalmente de una manera objetiva con datos estadísticos sobre delitos, analizados de una forma homogénea para el conjunto de la ciudadanía e identificando y gestionando los problemas de seguridad a través de políticas neutras respecto al género. Afortunadamente, en las últimas décadas se ha trabajado desde el feminismo para poner de manifiesto el impacto fundamental de la socialización de género en las diferentes percepciones y experiencias de seguridad de hombres y mujeres porque, como describen desde Col.lectiu Punt 6, la percepción de seguridad de las mujeres está marcada por la violencia ejercida sobre su cuerpo sexuado y determina en gran medida, cómo vivimos los diversos espacios, ya sean domésticos, comunitarios o públicos. Y, esta forma de percibir y de vivir los espacios de forma diferente limita el acceso a la ciudad en igualdad de condiciones de las mujeres.
¿Cómo se integra la perspectiva de género en la percepción de la seguridad?
Desde el urbanismo feminista se han desarrollado diversas herramientas como los Mapa de la Ciudad Prohibida o Mapas de Puntos Negros que, desde una perspectiva de género, inciden en el ámbito de la seguridad valorando las necesidades específicas de las mujeres en un espacio público que no es neutro en absoluto, y tratan de resaltar los factores que aumentan la percepción de inseguridad de las mujeres y limitan su movilidad.
Propuesta metodológica
Los Mapas de puntos negros tienen como objetivo visibilizar las experiencias de las mujeres y sus necesidades de seguridad en el uso de los espacios públicos. Y, a partir de ellas, identificar enclaves urbanos de baja calidad, a la vez que formular recomendaciones cuya base son las aportaciones de las vecinas.
Para lograr este objetivo, nuestra propuesta metodológica se basa en la combinación de técnicas cualitativas (observación participante, talleres grupales de participación de las mujeres y caminatas exploratorias), y de otros soportes de apoyo al proceso (cuestionario para las mujeres que no puedan asistir a los talleres, revisión bibliográfica y documental). Además, como resultado del proceso, se realizará un informe final en el que se recogerán todos los espacios identificados durante los talleres y marchas exploratorias y las propuestas de mejora sobre esos espacios realizadas por las mujeres participantes.